El Reino Unido conoció una época de máximo esplendor durante la segunda mitad del siglo XIX, período que coincide con el dilatado reinado de Victoria I (1837-1901), la llamada "era victoriana". Gran Bretaña se convirtió en la primera potencia mundial por la prosperidad de su economía y la extensión e importancia de su imperio colonial, que culminó con la proclamación de la reina Victoria como emperatriz de la India (1877).
Las Reformas Políticas
El constitucionalismo en aquella Inglaterra de principios del siglo XIX estaba muy lejos de las acepciones que luego iría revistiendo el término. En realidad, era la correa de transmisión de una oligarquía de notables, repartida entre las fracciones más emprendedoras de la nobleza derrotada por la revolución y las capas superiores de la burguesía, los grandes comerciantes e industriales. El reparto del poder se efectuaba mediante un régimen electoral censitario (sólo votaban los poseedores de las rentas más elevadas), asegurado con mil procedimientos irregulares.
La reina Victoria (retrato de Alexander Melville, 1845)
En 1832, cinco años antes de la coronación de Victoria, se había procedido a una reforma política trascendental, bastante imperfecta todavía, pero que amplió sensiblemente el cuerpo de electores y suprimió los abusos más evidentes. El ininterrumpido aumento de la población urbana y los cambios operados en el tejido social a consecuencia de la industrialización hicieron ver a algunos políticos lúcidos la necesidad de incorporar a la vida política activa los sectores surgidos de tales transformaciones, particularmente el proletariado urbano y las clases medias. A pesar de las reservas de sectores poderosos, las clases medias y bajas tomaron conciencia de sus derechos ciudadanos con la guerra de Secesión americana: el triunfo norteño alentó a las clases trabajadoras británicas en la conquista de sus reivindicaciones en materia de sufragio.
La prosperidad económica
Desde mediados de siglo, época dorada de la prosperidad económica, se adoptaron los fundamentos de la filosofía del librecambio, aboliendo aranceles y suprimiendo las antiguas Actas de Navegación del siglo XVII. El mercado empezó a regularse por la libre competencia y por las leyes de la oferta y la demanda. Se promovieron desde el gobierno tratados comerciales estratégicos con otros países; el Reino Unido trataba de importar cereales a buen precio y mantener así los precios del pan, colocando a cambio en el extranjero sus excedentes textiles y metalúrgicos.En todo este proceso se empezó a vislumbrar la acumulación de capital como un elemento imprescindible para el impulso de la industrialización. Ello empezó a favorecer el crecimiento espectacular de algunas empresas que abandonaron su dimensión local o nacional para convertirse en verdaderas potencias multinacionales. Las pequeñas sociedades de accionistas de finales del siglo XVIII se sustituyeron desde 1840 por compañías capitalistas cuyos socios tenían una responsabilidad limitada: no estaban obligados a cubrir con su fortuna personal una ocasional quiebra; solamente perdían sus acciones o veían bajar su valor. La banca inglesa multiplicó exponencialmente sus actividades y activos, sobre todo gracias a sus operaciones de empréstito a la industria, que necesitaba importantísimas sumas a consecuencia de los elevados costos de producción, distribución e innovación tecnológica. La solidez de la libra esterlina marcó máximos en las cotizaciones, y fue durante el siglo XIX la divisa internacional. El Banco de Inglaterra se convirtió en el primer banco del mundo.
La reina Victoria en 1894
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